martes, 27 de noviembre de 2007

Despertar

No sé si esto es una historia motivada por los depresivos días de otoño, o tal vez tan sólo fruto de mi imaginación y mis temores. Sé que en el futuro que he elegido voy a tratar con personas para las que este cuento, por así llamarlo, supera los límites de las letras que lo componen y cobran una forma, una realidad y un dolor. Tan sólo espero que las líneas que leeréis a continuación no sirvan para crear ningún mal emocional a nadie, pues no pretendo con ellas ni herir vuestra sensibilidad, ni llevar a vuestra memoria recuerdos doloros; tan sólo un pequeño mensaje de esperanza y apoyo con un toque de empatía que espero que haga recapacitar sobre el valor de la vida que tenemos ante nuestros ojos y nos haga disfrutarla al máximo, pues cualquier minuto de vida podría ser el último, y en cualquier instante puede comenzar un verdadero infierno.

Era una mañana más en la vida normal de Lucas. Café cortado, bollos y manzanilla, como de costumbre. Ocho minutos bajo la ducha, dos de cepillado de dientes, beso en la frente a su novia que aún duerme en la cama, y por fin, de camino hacia el trabajo.

Sin saber por qué, de camino en el metro no podía dejar de pensar en aquella discusión que había tenido hacía una semana que había logrado que su madre dejara de hablarle, para más tarde llevar sus pensamientos hacia todo lo que quería hacer en la vida y no había tenido ocasión para ello. Ser padre a los 17 no es una tarea fácil; tu mundo se derrumba, tu juventud se comienza a difuminar desde el momento en que el test da positivo, para a los nueve meses quedar reducida a bruma, a suspiro, a nada... Dejas de ser un niño para convertirte en un hombre adulto, responsable, un ejemplo a seguir para tus hijos y una figura de disciplina en la que jamás te viste capaz de convertirte. Y es lo que le pasó a nuestro amigo. Tuvo que abandonar sus sueños e ilusiones y ponerse a trabajar de ocho a ocho para ganar lo suficiente como para permitirse pagar un alquiler y el precio de los pañales y los potitos. Cinco años después, su vida no es tan diferente, y no son pocas las ocasiones en que sueña con una vida más emocionante, en la que hubiera ido a más conciertos de rock y se hubiera fumado algunos porros de más. Su melancólico rostro comienza a dibujar una sonrisa cuando fantasea con haber tenido una vida universitario de mus y cerveza, de noches de febrero sin dormir, y de viaje de fin de carrera a Punta Cana.

Todos estos pensamientos se esfumaban rápidamente de su cabeza al llegar a la obra en la que trabajaba por cuatro cochinos euros. Era pleno mes de julio, y el sol abrasador le golpeaba suavemente sobre los brazos desnudos y morenos las primeras horas de la mañana. Más tarde, aquellas caricias doradas se convertían en cuchillos sobre su cabeza y su espalda, y tenía que recurrir a una botella de agua de un litro que vaciaba la mitad en su cogote y la otra mitad en su gaznate. Llegó la hora del bocadillo, y sus compañeros agarraron sus baguettes de tortilla y se dirigieron al parque que había cruzando la calle. Nuestro amigo Lucas fue a descender del andamio, pero un mal paso hizo que su tobillo se torciera, perdiendo el equilibrio de su propio cuerpo y sintiendo la eternidad del trayecto vertical que lo llevaba al suelo. Era tan sólo un metro y medio de altura, pero el casco resultaba inútil si allí abajo le aguardaban un par de ladrillos que se acoplaron a su zona lumbar y se incrustaron seccionando la médula a nivel de L1.

Fue un instante de temor y angustia, agudizado al comprobar que sus piernas no respondían a sus órdenes y no quedaba nadie cerca para socorrerle. Pasó media hora desesperante, en la que se sucieron en su mente, una a una, imágenes de su familia y sus seres más cercanos y queridos. En un arrebato de pesismo en el que veía la muerte a dos metros, pensó que ojalá le hubiera pedido disculpas a su madre, o que hubiera disfrutado más de sus dos hijos y de su novia. Deseó haber disfrutado más de una vida que, al fin y al cabo, hasta aquel preciso momento, no le había sido demasiado cruel, aunque él considerase lo contrario. Finalmente, acabó perdiendo el conocimiento sumido en tanto quebradero de cabeza que le hizo odiarse por haberse querido y mimado tan poco.

Por fin despertó, en la cama de un hospital; cuál, es lo que menos interesa de la historia. El caso es que ahí estaban su madre, su novia, sus niños, su familia en general, demostrándole que nada iba a hacer que se separaran de su lado. Llegó el médico, hizo un gesto de negación con la cabeza y le advirtió de que no volvería a ser dueño de sus piernas, que éstas habían dejado de funcionar a su voluntad, y que le esperaba un destino de paciencia, superación y ruedas.

Lejos de lo que pueda parecer, Lucas sonrió, miró a su hermana, luego a su madre, luego a los niños... Derramó un par de lágrimas y su sonrisa se hizo más grande. Dio gracias por no haber muerto en aquel accidente, y en seguida supo que tenía apoyo suficiente para seguir adelante. Supo que su madre no necesitaba ya ninguna palabra de disculpa, pero la miró a los ojos y dejó escapar un "Te quiero, mamá" dulce y sincero.

Aquel día, descubrió que la vida le había dado una segunda oportunidad de vivirla y disfrutarla, y por eso cada mañana amanecía con más alegría y esperanza. Disfrutaba cada caricia de su compañera, y se emocionaba con cada beso de sus pequeños. La silla de ruedas, el adaptar su casa para hacerla habitable para él, sus incontinencias urinarias (y las no urinarias) y la falta de relaciones sexuales no supusieron más que pequeños baches que bordear para no tropezar con el sentimiento de impotencia. A pesar de los elevados costes de su situación y de la dificultad para encontrar un trabajo adaptado a su situación, se matriculó en Derecho, aprendió a jugar al baloncesto, se aficionó al ajedrez y dedicó gran parte de su vida a ser el mejor amigo de sus hijos.

Aetate fruere: mobili cursu fugit [Séneca, Hippolytus 446]

domingo, 25 de noviembre de 2007

Vagabundo en la oscuridad

Y aquí os dejo de momento el último tostón de esos que escribí. Es el menos cursi-ñoño, pero bueno, repito que tiene ya unos años...

Paseo a orillas de la verdad,
sumido en un profundo sueño
del que quisiera despertar.

Abro los ojos e intento pensar
que no es más que un sueño,
que nada es realidad.

Y paseo a orillas de la verdad,
sumido en una profunda oscuridad
de la que nadie me puede rescatar.

Vagabundo de mi ausencia,
peregrino de la vida y de la muerte,
escudero de mi propia conciencia;

¿Qué es la verdad?
¿Acaso eso se aprende en los libros?
¿Acaso tú y yo vivimos
en la misma realidad?

Siento decepcionarte, amigo,
pero la verdadera realidad
es la oscuridad, es el mal.

Rosa marchita

Aquí otro poema de la saga adolescente sin vida amorosa...

Todos los días, al amanecer,
contempla su foto una vez más
con la esperanza de volverle a ver,
y las lágrimas comienzan a brotar.

Aún conserva esa rosa marchita,
marchita como su corazón;
esa rosa sin vida,
ésa, que él le regaló.

Esto ocurrió una mañana primaveral,
hace ya algunos años:
Ella estaba durmiendo y, al despertar,
él no estaba a su lado.

Y se sintió sola y comenzó a llorar,
y él apareció por la puerta.
Y le dijo: "Ya no llores más;
mi niña, ¿ya estás despierta?

Esta mañana desperté temprano,
pero no te quise molestar,
asi que salí despacio,
pues vi esta rosa brotar.

Y la cogí pensando en ti:
ella es hermosa y es bella;
tú, en aquel jardín,
serías entre rosas una estrella:

Más preciosa que la vida,
más brillante que el amor;
esta rosa sin espinas
es el símbolo de mi corazón.

Cógela ahora si me amas,
guárdala si me aprecias,
consérvala si me estimas
y tírala si me desprecias.

Pero yo ahora he de irme,
pues tengo que trabajar;
no vengas a despedirme,
pronto de vuelta voy a estar."

Pero, desgraciadamente,
su palabra no cumplió.
Desde entonces yace eternamente
donde la carretera se lo llevó.

Por eso ella aún le recuerda,
y le habla a la rosa marchita,
pues en el lugar donde él se encuentra
la escucha, y de impotencia grita.

Más un día ella le oyó
y quiso juntarse con él;
con un cuchillo las venas se cortó
al llegar el anochecer.

La rosa marchita se abrió
como se abre un capullo en primavera,
y un rojo intenso recobró,
y volvió a la vida, tras larga espera.

Ahora que sus corazones
están juntos otra vez,
ahora, ya no hay más razones
para llorar al amanecer.

Llanto en Soledad

Como hay gente que me regaña por no actualizar este blog de vez en cuando, he decidido meterle algunos poemillas de mi etapa de adolescencia pavi-sosa, de cuando era una niñata más, de estas asquerosamente repelente y quejicas con el mundo en general... Me dio la vena poética, así que aquí os pongo uno de ellos. Personalmente comento que ya no me gustan, he aumentado mi nivel, jajaja pero no estoy ahora para escribir. Espero que sepáis disculpar que ya no me tome tantas molestias... cuando lo haga me lo tomaré en serio ;)

Caminé por el sendero de mi soledad
y pude ver la ignorancia despertar.
Me disfracé de tus ojos de ilusión,
y conquisté el mundo de tu canción.

Quise saber el porqué de mi valor
y comprender que ya todo se acabó,
pero es difícil que pueda olvidar
lo que tus labios me hicieron soñar.

Creí tener el mundo bajo mis pies,
pero comprendí que así no debía de ser,
pues te encontré soñando con vivir
con otra persona, y con ella compartir
todo aquello que nunca más tendré
pero que, cariño mío, jamás olvidaré.

Sabe bien que, siempre tras de ti,
si giras la cabeza, me verás sufrir.
Entérate, que desde que no estás
mi corazón ya no deja de soñar,
y pensar que un día despertará a tu lado...